Pocas historias han dado tanto juego como la de Tutankamón, un faraón
egipcio de la dinastía XVIII que murió con tan solo 18 años. Primero,
porque su tumba fue la única en todo el Valle de los Reyes que consiguió
permanecer oculta durante más de 3.000 años, escapando a los saqueos
que habían sufrido el resto de las allí presentes.
Y
después porque, según la leyenda, Howard Carter, el arqueólogo que la
descubrió, había encontrado en la antecámara una inscripción que decía:
«La muerte golpeará con su miedo a aquel que turbe el reposo del
faraón». Durante mucho tiempo se creyó que al abrir la tumba y llevarse
de allí a la momia real, Carter había desatado una maldición que iba a
acabar con la vida de todos aquellos que habían participado en el
hallazgo. Pero, ¿hay algo de verdad en toda esta historia?
Analicemos
los hechos con un poco más de detenimiento. A principios del siglo XX,
cuando se produjo su descubrimiento, la mayoría de la población conocía
muy pocas cosas de la historia del antiguo Egipto, y menos aún de la
historia de los distintos faraones. Eso facilitó que alrededor de este
descubrimiento se extendiera un cierto halo de misterio, que ayudó a
difundir la idea de la supuesta maldición. Con el tiempo, no obstante,
se supo que dos hechos completamente independientes, el cambio de
dinastía por un lado y la tierra desplazada de los escombros de otras
tumbas por otro, habían jugado a su favor, ya que contribuyeron a borrar
por completo su pista. El resultado fue que, un siglo más tarde, todo
el mundo había olvidado el emplazamiento de la tumba. De hecho, se
olvidó incluso que dicho faraón hubiera existido.
El descubrimiento de la tumba
A principios de los años veinte del siglo
XX, el egiptólogo Howard Carter descubrió la existencia de un faraón que
hasta ese momento había pasado inadvertido a sus colegas. Entusiasmado,
convenció a
Lord Carnarvon, un apasionado de Egipto, para que
financiase la búsqueda de su tumba. Estaba convencido de que, dado que
nadie parecía conocer a ese faraón, su tumba estaría intacta. Eso
significaba que si nadie había entrado en ella, ni la había saqueado,
estaría llena de objetos valiosos y de tesoros de un valor incalculable.
Y que además podrían encontrar el sarcófago real y la momia del faraón.
Finalmente, el 4 de noviembre de 1922, Carter descubrió los escalones que descendían hasta una puerta
que
todavía conservaba los sellos originales. El 26 de noviembre, en
presencia de la familia de Lord Carnarvon, se hizo un agujero en la
parte superior de la puerta. Entonces, Carter introdujo por el hueco una
vela encendida y echó un vistazo. En seguida confirmó que aquel lugar
estaba lleno de cosas maravillosas. Acababan de descubrir la tumba de
Tutankamón.
Entrar en ella fue increíblemente emocionante para el egiptólogo. Estaba todo intacto. A
Carter le dio tiempo a fotografiar unas flores secas que llevaban allí
más de dos milenios y que se desintegraron a los pocos minutos. Tras
catalogar todos los tesoros que se encontraban en las cámaras
anteriores, Carter penetró por fin en la cámara real, donde el faraón
llevaba descansando sin ser molestado desde hacía tres milenios. A
partir de ese instante, las cosas empezaron a complicarse para todos los
miembros de la expedición. La maldición se había puesto en marcha.
Los efectos de la maldición
El primero en morir fue Lord Carnarvon. Y lo hizo un mes y medio después
de haber entrado en la tumba. Es cierto que dos años antes había
sufrido un grave accidente de coche que le había dañado los pulmones. De
hecho, vivía en Egipto, entre otras cosas porque el clima seco de este
país era mejor para su salud. Además, sufrió la picadura de un mosquito,
algo bastante habitual por esos parajes, y mientras se afeitaba se hizo
un corte donde tenía la picadura. Como consecuencia, esta se le
infectó. Hay que tener en cuenta que por aquel entonces todavía no
existían ni la penicilina ni los antibióticos, por lo que el tratamiento
que podía recibir era muy limitado. Lord Carnarvon, debilitado y
enfermo, contrajo una neumonía que acabó costándole la vida.
Pero
la gente se acordó de la terrible maldición y vinculó su muerte al
hecho de haberse atrevido a interrumpir el descanso eterno del faraón.
Si
la cosa hubiera acabado ahí, todo el mundo habría terminado olvidando
el suceso o lo habría achacado a una mera coincidencia. Sin embargo, no
fue así. Según se dijo entonces, justo en el mismo instante en que Lord
Carnarvon exhalaba su último suspiro, su perra Susie aulló y cayó
fulminada en Londres, a muchos kilómetros de allí. También en ese
preciso instante, cuentan las crónicas que se produjo un apagón que dejó
toda la ciudad de El Cairo a oscuras. Se llegó a decir que, cuando los
familiares de Lord Carnarvon preguntaron a la compañía eléctrica qué
había ocurrido, esta no pudo darles ninguna explicación sobre el extraño
suceso. Había nacido la leyenda.
A la muerte de Lord Carnarvon
siguieron otras muertes, como la de su hermano, que había estado
presente el día que habían abierto la cámara real y que murió inexplicablemente al poco de regresar a Londres. La
de Arthur Mace, el hombre que había dado el último golpe al muro que
impedía el acceso a la cámara real, que falleció en El Cairo poco
después. O la de Sir Douglas Reid, quien tras haber hecho varias
radiografías a la momia de Tutankamon, enfermó de forma repentina.
Asustado, decidió volver a Suiza, donde murió dos meses más tarde. Por
su parte, la secretaria de Howard Carter falleció de un ataque al
corazón y su padre se suicidó al enterarse de la noticia. Finalmente, un
profesor canadiense que había estudiado la tumba con Carter, murió de
un ataque cerebral al regresar a El Cairo.
Por si todas esas muertes
no fueran suficientes para propagar la leyenda, la autopsia de la momia
reveló otro dato sorprendente. Justo en el mismo lugar donde Lord
Carnarvon había recibido la picadura del mosquito, Tutankamon tenía una
herida. Este hecho disparó aún más la imaginación de los periodistas,
que llegaron a atribuir más de 30 muertes a la maldición del faraón. Se
llegó a decir que el propio Carter había fallecido... pero no era cierto
y él mismo se encargó de desmentirlo y de demostrar que lo único que
tenía en común con el muerto era el nombre. Tras esto, y ante la
ausencia de nuevas muertes sospechosas, poco a poco el asunto se fue
olvidando. De hecho, un análisis riguroso de las muertes que se
relacionan con la leyenda demuestra que hubo causas naturales que las
explicaban, y que buena parte de las «coincidencias» no eran más que
eso, coincidencias, o bien historias recogidas por la prensa del momento
sin ningún fundamento demostrable. Pero ya se sabe que las leyendas no
necesitan pruebas, sino simplemente la credulidad de la gente, y la
leyenda de la maldición de Tutankamón tenía demasiados ingredientes de
interés como para no tener fortuna.
La maldición reaparece
En
los años sesenta y setenta del siglo XX, varias de las piezas expuestas
en el Museo Egipcio de El Cairo fueron trasladadas. El motivo fue que
se iban a realizar varias exposiciones temporales en distintos museos de
Europa. Los tripulantes del avión que trasladaba las piezas a Londres
sufrieron varios accidentes menores. Por su parte, los directores que
dirigían el museo de El Cairo murieron poco después de aprobar que se
trasladaran las piezas.
La prensa inglesa aprovechó estos sucesos para rescatar la idea de la maldición, que volvió a saltar a la actualidad.
Lo
cierto es, no obstante, que Howard Carter, el principal artífice del
descubrimiento de la tumba de Tutankamón, no murió hasta 17 años después
de haberla descubierto. Falleció concretamente el 2 de marzo de 1939,
a los 64 años, de muerte natural. Cuando le preguntaban por la leyenda de la maldición, él siempre respondía lo mismo:
«Todo
espíritu de comprensión inteligente se halla ausente de estas estúpidas
ideas. Los antiguos egipcios, en lugar de maldecir a quienes se
ocupasen de ellos, pedían que se los bendijera y que se dirigiesen a los
muertos deseos piadosos y benévolos. Estas historias de maldiciones son
una degeneración actualizada de las trasnochadas leyendas de fantasmas.
El investigador se dispone a su trabajo con todo respeto y con una
seriedad profesional sagrada, pero libre de ese temor misterioso, tan
grato al supersticioso espíritu de la multitud ansiosa de sensaciones.»
Si te ha gustado esta historia te animamos a resolver el quizizz de "El enigma de Tutankamón".